viernes, 2 de mayo de 2014

“Los jardines secretos de Mogador” de Alberto Ruy Sánchez

Alberto Ruy Sánchez logró que su novela “Los jardines secretos de Mogador” sea una obra sensorial, es decir, que las palabras no fueran solamente tinta sobre papel, sino que traspasaran al lector y le permitieran sentir lo que sus personajes.

El tema de la novela es en cierta manera sencillo, un hombre debe  reconquistar a su pareja; pero lo que la hace especial es la forma en que fue escrita. El narrador de la historia es al mismo tiempo el protagonista de ella, por lo que se trata de una narrador autodiegético. Por otra parte, el sentido de la narración es circular, ya que el inicio es el final de la historia, pero a aparte de eso, la narración es cronológica.

No es una lectura fácil, ya que el lenguaje utilizado es poético. Por este motivo, es que es necesario releer algunas partes para entender a qué se refiere. Sin embargo, este elemento es lo que ayuda a crear cierta atmósfera, una atmósfera llena de erotismo y pasión.

Toda la historia se desarrolla en una tierra lejana llamada Mogador; por la lectura parece que se encuentra en el Medio Oriente, sin embargo, jamás se especifica su ubicación exacta. Ahí, el protagonista encuentra a Jassiba, una mujer que heredó de su abuela y padre la pasión por los jardines. Los dos jóvenes sienten gran amor y deseo mutuo pero cuando Jassiba queda embarazada, se da cuenta que no sólo su cuerpo se va transformando, sino también sus deseos. Sus sentimientos por él son diferentes a los de hacía unos meses, y es así que decidió darle un reto.

El reto se basa en las narraciones “Las mil y una noches” y “Las nuevas noches de Shajrazad”. A esto se le conoce como alusión, un ejemplo de hipertextualidad (hacer referencia de un texto en otro). Jassiba le advierte a su pareja: “no me volverás a tocar si no vienes a describirme cada noche uno de los jardines de Mogador” y le aclaró que no podían ser jardines evidentes y tampoco inventados. Lo que ella le pide es que la reconquiste como los personajes en esas narraciones.

Él comienza la búsqueda a pesar de que sabe esa era una tarea muy difícil, “tan difícil como… contar piedras del río en movimiento”. A partir de ese momento Ruy Sánchez hace uso de la metaficción, un recurso literario que se resume en “un relato dentro de otro relato”.

Dentro de la historia original, se insertan 27 historias sobre los jardines que va descubriendo. Estos jardines no son nada convencionales ni se encuentran a simple vista, por ejemplo en algunos sus componentes ni siquiera son plantas, sino que son saltamontes, argumentos, vientos o rocas; o se encuentran en lugares como en las palmas de la mano, en el bordado de un vestido o en el centro de una manzana. Estos jardines en sí son interesantes, pero más lo es la forma en que el protagonista logra una relación entre ellos y su amada, su deseo, su amor… Es así que los jardines se convierten en espacios íntimos.

“Los jardines secretos de Mogador” se trata de una novela poética, llena de símbolos que despiertan la imaginación. Lo que la hace especial es el uso de un lenguaje poético, de la metaficción e hipertextualidad. También por las analepsis utilizadas para contar la historia de cómo se conocieron estos personajes o el pasado de Jassiba.

Sin duda, el lector se encontrará con una obra que gira en torno a la sensualidad, sin dejar de lado el romanticismo; pues en palabras del halaiquí de Mogador (contador de historias) “ésta es la historia de un hombre que se convirtió en una voz para habitar el cuerpo de su amada”. 

"Arrepentimiento"- cuento circular

Junto con mi compañera Gaby Moreno, escribí esta historia que tiene un sentido narrativo circular y el uso de analepsis (miradas al pasado).

Arrepentimiento

El Sr. Francisco yacía en su cama, su rostro estaba cubierto por lágrimas y en sus ojos podía verse dolor y arrepentimiento. Esa mañana, estando en el jardín, sintió un dolor como nunca antes, sintió que su pecho se comprimía impidiéndole respirar; la vista se le nublaba y el mundo parecía dar vueltas. Un nudo en la garganta le impedía emitir cualquier sonido y aunque hubiera podido dar un grito de auxilio, de nada hubiera servido, la casa estaba vacía. Pensó en recostarse en su cama hasta que el dolor desapareciera, se levantó de la mecedora y abandonó el jardín. Caminó dificultosamente, dando tumbos, apoyándose en los muebles de su casa. Al llegar al pasillo que conducía a su habitación, se tambaleó pero al aferrarse a la pared evitó una caída de la que no hubiera podido levantarse. Al fin llegó a su cama y se recostó del lado izquierdo con la vista al techo. Todo seguía dando vueltas. Estando ahí acostado dejó caer su cabeza hacia un costado, dirigiendo la mirada hacia el lugar donde durmió su esposa por 53 años y que ahora se encontraba vacío. No le costaba trabajo recordar su rostro iluminado por los rayos del sol que entraban por la ventana cada mañana. Le gustaba verla dormir aunque al momento en que comenzaba a despertar él se volteaba y fingía seguir dormido. No era la única ocasión en la que ocultaba sus sentimientos, la amaba, pero jamás lo demostraba. El Sr. Francisco era un hombre reservado y adusto, no se le vería llorar, decirle una palabra dulce a su esposa o dándole un abrazo a sus hijos. Una tarde, ella no soportó más su frialdad y se derrumbó. Al regresar del trabajo la encontró llorando mientras ponía la mesa. Quiso acercarse a ella y preguntarle qué era lo que le pasaba, abrazarla, consolarla, pero las únicas palabras que salieron de su boca fueron “¿Ya está lista la cena?”. Ahora que se encontraba solo, reconocía que él pudo evitarle esa tristeza a su esposa, que decir te quiero no era tan difícil después de todo. Pero ya era muy tarde.

El dolor que sentía en el pecho no era tan grande como el que emanaba de su corazón. Ahí estaba él, triste, agonizante y solo. Podría haber sido diferente, y él lo sabía. Podría estar rodeado de su familia, con sus hijos acompañándolo y sosteniendo su mano. Pero no, él los había alejado a todos, o mejor dicho, nunca intentó acercarse a ellos. Uno de los ejemplos más claros eran los cumpleaños. El Sr. Francisco sabía que en aquellos días especiales su esposa organizaría una pequeña fiesta en su casa, prepararía un pastel e invitaría a amigos. Era el cumpleaños número diez de su hijo mayor Manuel, su esposa había pasado toda la mañana con la decoración. Él había prometido llegar temprano del trabajo para acompañarlos en la celebración, es más, hacía una semana que le había comprado un regalo. Sin embargo, el Sr. Francisco no llegó hasta la noche, ya que todo había terminado. No es que no quisiera ir pero empezó a cuestionarse que diría al llegar, cómo se comportaría, cómo lo verían los demás si mostraba sus sentimientos. Así fue como sus hijos se fueron desilusionando de él, y poco a poco dejaron de darle importancia a lo que su papá hiciera.

Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras la herida en su corazón se agrandaba con cada recuerdo. Ya no distinguía si el dolor en el pecho era físico o provenía de su interior. De cualquier forma no podría aliviarlo. El Sr. Francisco terminaría sus días lamentándose.