lunes, 31 de marzo de 2014

Actividad: Cuento metaficcional

Desaparecer

Se acercaba la fecha de entrega, su editor, el señor Ortega,  había sido muy claro en que ya no le podía dar más tiempo. Cierto era que sus libros habían cautivado a miles de personas, pero hacía un año que sufría de, lo que él denominaba, un bloqueo literario. Podía pasar horas frente a su máquina de escribir, de vez en cuando sentía que la inspiración regresaba a él, sin embargo, esas pocas palabras en el papel en un momento parecían no tener sentido. Quitaba la hoja de la máquina y descargaba su frustración arrugándola y arrojándola al suelo. Tenía exactamente cuarenta y seis días para escribir una historia atrayente. Al inicio de su carrera esto hubiera sido una tarea fácil, ahora existía la presión de la fama y de su editor recordándole con cada llamada telefónica los millones de pesos que perderían. Sin duda, el deseo de desaparecer era constante. Tal vez dormir un rato lo ayudaría, tal vez es así como la historia que por mucho tiempo estuvo esperando por fin llegaría.

Sus dedos comenzaron a presionar las teclas velozmente, como si no quisiera perder ni un detalle de lo que pasaba por su cabeza. El protagonista era un hombre de alrededor de unos treinta años de edad, aunque su aspecto quizás le agregaría unos diez años más. Era solitario pero a él le gustaba serlo, no sentía la necesidad de tener a su lado a alguien más como para que su vida estuviera completa, decía que él mismo era más que suficiente. Dedicaba gran parte de su vida al trabajo, no había ninguna otra prioridad. Fue así como se convirtió en uno de los hombres más ricos de la ciudad, eso sí, no dejó de caracterizarse por su sencillez. Cada mañana pasaba a comprar el periódico a un puesto atendido por una joven pareja. Eran humildes, y quizá la conversación privada de banalidades que tenía con ellos, y que duraba un par de minutos, era de las que más disfrutaba aquel hombre.

Sin embargo, una mañana, un señor mayor que portaba un traje negro y llevaba un portafolio de piel se acercó a la pareja. No era alguien familiar, por lo que los desconcertó que les entregara un sobre blanco. Simplemente les dijo que ese sobre cambiaría sus vidas. En cuanto se fue, la pareja sacó las hojas que contenía. Sus ojos reflejaban incredulidad ante lo que leían, aquel hombre que sin falta compraba su periódico cada mañana, dejó dicho en su testamento que al morir, sus bienes pasarían a ellos. El día había llegado; la pareja no sabía que sentir al respecto. Apenas y lo conocían, ¿y ahora disfrutarían de lo que tuvo en vida? En el sobre había una carta firmada por el testador que no explicaba el porqué de la decisión pero les pedía que no incumplieran su voluntad. Indicaba que se mudaran a lo que había sido su hogar y dispusieran de sus bienes como quisieran, sólo bajo una condición; al llegar a la casa se encontrarían con un sirviente a quien por ningún motivo podrían expulsar. Pensaron que eso no era ningún problema.

La pareja llegó a su nueva casa. Dos salas, un comedor, una cocina, cinco habitaciones, seis baños, todo decorado lujosamente. Después del recorrido, se instalaron en el lugar y acomodaron las pocas pertenencias que traían. Pensaron que el sirviente mencionado en la carta se presentaría pero no fue así. Parecía estar encerrado en una habitación a lado de la cocina. Al pasar los días, la pareja se dio cuenta que su comportamiento era extraño, no se dejaba ver pero percibían que era un ser sombrío. Casi nunca salía de la habitación, sólo lo hacía cuando necesitaba algo de la cocina y esperaba que la pareja no estuviera cerca. Ese hombre infundía miedo en los nuevos dueños, se escuchaban ruidos extraños provenientes de aquel cuarto, pero no podían hacer algo al respecto.

Habían pasado ya cuarenta días desde la mudanza, pero la pareja no sentía ese lugar como su hogar. Había un miedo latente, el aire era denso y aunque fuera un día soleado, en el interior se sentía oscuridad. Lo que en un inicio pareció una bendición, ahora era un tormento. Estando sentados en la sala, escucharon pasos aproximándose. El latido de sus corazones se aceleraba y sus miradas se dirigían hacia la cocina. Veían como una silueta se iba acercando. El sol poco a poco comenzó a revelar la imagen del sirviente. Un grito quería salir de las gargantas de los jóvenes y fue hasta que quedó al descubierto el rostro de ese hombre que el estruendoso sonido inundó la casa. El hombre que les había legado la casa tomó el teléfono y dijo “ya está terminada la historia Ortega, sólo necesitaba desaparecer unos días”.

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