Desaparecer
Se acercaba la fecha de entrega, su
editor, el señor Ortega, había sido muy
claro en que ya no le podía dar más tiempo. Cierto era que sus libros habían
cautivado a miles de personas, pero hacía un año que sufría de, lo que él
denominaba, un bloqueo literario. Podía pasar horas frente a su máquina de
escribir, de vez en cuando sentía que la inspiración regresaba a él, sin
embargo, esas pocas palabras en el papel en un momento parecían no tener
sentido. Quitaba la hoja de la máquina y descargaba su frustración arrugándola
y arrojándola al suelo. Tenía exactamente cuarenta y seis días para escribir
una historia atrayente. Al inicio de su carrera esto hubiera sido una tarea
fácil, ahora existía la presión de la fama y de su editor recordándole con cada
llamada telefónica los millones de pesos que perderían. Sin duda, el deseo de
desaparecer era constante. Tal vez dormir un rato lo ayudaría, tal vez es así
como la historia que por mucho tiempo estuvo esperando por fin llegaría.
Sus dedos comenzaron a presionar las
teclas velozmente, como si no quisiera perder ni un detalle de lo que pasaba
por su cabeza. El protagonista era un hombre de alrededor de unos treinta años
de edad, aunque su aspecto quizás le agregaría unos diez años más. Era
solitario pero a él le gustaba serlo, no sentía la necesidad de tener a su lado
a alguien más como para que su vida estuviera completa, decía que él mismo era
más que suficiente. Dedicaba gran parte de su vida al trabajo, no había ninguna
otra prioridad. Fue así como se convirtió en uno de los hombres más ricos de la
ciudad, eso sí, no dejó de caracterizarse por su sencillez. Cada mañana pasaba
a comprar el periódico a un puesto atendido por una joven pareja. Eran
humildes, y quizá la conversación privada de banalidades que tenía con ellos, y
que duraba un par de minutos, era de las que más disfrutaba aquel hombre.
Sin embargo, una mañana, un señor
mayor que portaba un traje negro y llevaba un portafolio de piel se acercó a la
pareja. No era alguien familiar, por lo que los desconcertó que les entregara
un sobre blanco. Simplemente les dijo que ese sobre cambiaría sus vidas. En
cuanto se fue, la pareja sacó las hojas que contenía. Sus ojos reflejaban
incredulidad ante lo que leían, aquel hombre que sin falta compraba su
periódico cada mañana, dejó dicho en su testamento que al morir, sus bienes
pasarían a ellos. El día había llegado; la pareja no sabía que sentir al
respecto. Apenas y lo conocían, ¿y ahora disfrutarían de lo que tuvo en vida?
En el sobre había una carta firmada por el testador que no explicaba el porqué
de la decisión pero les pedía que no incumplieran su voluntad. Indicaba que se
mudaran a lo que había sido su hogar y dispusieran de sus bienes como
quisieran, sólo bajo una condición; al llegar a la casa se encontrarían con un
sirviente a quien por ningún motivo podrían expulsar. Pensaron que eso no era
ningún problema.
La pareja llegó a su nueva casa. Dos
salas, un comedor, una cocina, cinco habitaciones, seis baños, todo decorado
lujosamente. Después del recorrido, se instalaron en el lugar y acomodaron las
pocas pertenencias que traían. Pensaron que el sirviente mencionado en la carta
se presentaría pero no fue así. Parecía estar encerrado en una habitación a
lado de la cocina. Al pasar los días, la pareja se dio cuenta que su
comportamiento era extraño, no se dejaba ver pero percibían que era un ser
sombrío. Casi nunca salía de la habitación, sólo lo hacía cuando necesitaba
algo de la cocina y esperaba que la pareja no estuviera cerca. Ese hombre
infundía miedo en los nuevos dueños, se escuchaban ruidos extraños provenientes
de aquel cuarto, pero no podían hacer algo al respecto.
Habían pasado ya cuarenta días desde
la mudanza, pero la pareja no sentía ese lugar como su hogar. Había un miedo
latente, el aire era denso y aunque fuera un día soleado, en el interior se
sentía oscuridad. Lo que en un inicio pareció una bendición, ahora era un
tormento. Estando sentados en la sala, escucharon pasos aproximándose. El
latido de sus corazones se aceleraba y sus miradas se dirigían hacia la cocina.
Veían como una silueta se iba acercando. El sol poco a poco comenzó a revelar
la imagen del sirviente. Un grito quería salir de las gargantas de los jóvenes
y fue hasta que quedó al descubierto el rostro de ese hombre que el estruendoso
sonido inundó la casa. El hombre que les había legado la casa tomó el teléfono
y dijo “ya está terminada la historia Ortega, sólo necesitaba desaparecer unos
días”.
Muy buen texto. Buena idea y bien redondeada.
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