lunes, 31 de marzo de 2014

Actividad: Perfil de personaje

Rafaela pertenecía a una familia adinerada, hija del respetado doctor Iván Hierro, eminente cardiólogo, y de Rosario Montiel, elegante dama que asistía a diversos eventos sociales pero cuya prioridad era su hogar. Ambos eran mexicanos, pero desde 1990, año en el que nació Rafaela, se mudaron a Estados Unidos por una oferta de trabajo que el doctor Hierro no pudo rechazar.

Rafaela tuvo una infancia feliz, comparada con la de otros niños, ella jamás pasó carencias, y al ser hija única sus padres procuraban darle siempre lo mejor, pero sin pasar el límite de malcriarla. Fue educada de manera disciplinada y con la creencia de que ella podría lograr lo que quisiera que se propusiera si trabajaba arduamente y daba su mejor esfuerzo. Rafaela amaba y admiraba a sus padres, sin duda decepcionarlos sería lo peor que le pudiera pasar. Así, desde sus doce años había tomado la decisión de seguir los pasos de su padre y convertirse en una excelente doctora. Con este pensamiento, pasaron los años e ingresó a la escuela de medicina donde era de las mejores de su clase, la medicina era su pasión, aunque de vez en cuando en la clase de dermatología ponían imágenes que le revolvían el estómago. Prefirió ser médico general que especializarse, pues quería ayudar a la mayor cantidad de personas que pudiera, y pensó que ese era el camino.

Una vez que Rafaela comenzó a ejercer, en su interior sentía que ella era capaz de hacer algo más, sentía que su vida se estaba estancando. Varios días pensando y reflexionando que hacer, la llevaron a la conclusión de que su deseo de servir a los demás era más grande que vivir en las comodidades de su hogar. Así fue que en una noche, alrededor de la una de la mañana, decidió enlistarse en el ejército como médico militar. Sabía que con esto renunciaba a la visita mensual a la estética para mantener su cabello negro a la altura del hombro, a disfrutar del delicioso aroma de café y pan recién horneado que se desprendía de la cafetería donde le gustaba desayunar, antes de ir al hospital, a las idas al cine para ver cada comedia romántica que se estrenara… lo que no extrañaría sería al gato del vecino que maullaba casi toda la noche y a veces no la dejaba dormir o la sopa de cebolla que su tía hacía para las reuniones familiares.

Quien viera a Rafaela diría que su aspecto físico no encajaba con la imagen de la guerra, por ser de complexión pequeña, pero quien verdaderamente la conociera sabía que en su interior era una mujer fuerte, solidaria, comprometida y determinada a cumplir lo que se propusiera, así fue como sus padres la habían educado y esa era su filosofía de vida.

La decisión de ir a la guerra parecía hacerla sentir satisfecha; sin embargo, su pensamiento se vio interrumpido por la imagen de sus padres. Visualizó una fotografía familiar colocada en una mesa de la sala. Era su favorita, fue tomada en su cumpleaños número ocho, sus padres la abrazaban y sus rostros estaban iluminados por una sonrisa de oreja a oreja.  Seguramente, ellos jamás hubieran imaginado que esa pequeña niña de ojos cafés pensara en ir a la guerra. Es cierto que ellos le habían inculcado valores como la valentía y a apoyar a los demás, pero no hubieran pensado que eso es lo que impulsaría a Rafaela a ir a un destino peligroso y ciertamente opuesto a su forma de vida. ¿Cuál sería la mejor manera de decirles que después veinticuatro años sin separarse partiría sin tener la certeza de un futuro reencuentro?

Sabía que sin importar como se los dijera, esta noticia los tomaría por sorpresa, entonces no había razón para postergar algo así; platicaría con ellos al día siguiente. Planeó hacerlo después de terminar con sus consultas pues como médico, sus pacientes eran su prioridad.
8:27 de la noche, Rafaela no podía dejar de ver su reloj plateado que, a diferencia de los demás, lo usaba en la muñeca derecha sólo porque así le gustaba más. Habían terminado de cenar y justo se encontraban a la mitad del postre, unos panquecitos de plátano especialidad de su mamá. De repente, Rafaela sintió la necesidad de hablar. “Mamá, papá… tengo algo muy importante que decirles”. Ambos, dejaron lo que estaban haciendo y se concentraron en su hija; el Dr. Hierro tomó la palabra y tranquilamente preguntó qué es lo que ocurría. “He pensado mucho en esto, sé que no será fácil de entender lo que les voy a decir”. Poco a poco, los rostros de sus padres comenzaron a reflejar cierta angustia, ¿algo grave le pasaba a su hija? Rafaela continúo sin titubear: “He tomado la decisión de enlistarme en el ejército para convertirme en médico militar”. Ella suspiró y pensó “Listo, lo dije”. Sin embargo, sabía que esto era sólo el comienzo.

Pasó casi un minuto de silencio, lo único que se escuchaba era el antiguo reloj de pared que se encontraba en el comedor. En esta ocasión fue su mamá quien empezó a hablar “¿qué estás diciendo? ¿A la guerra? ¿Por qué?” Sin duda, no tenía la calma que la caracterizaba. Rafaela les explicó que hace unas semanas, mientras acompañaba a su mamá a comprar un vestido para un evento, en el centro comercial vio un letrero que decía “Your country needs you”. Cuando su mamá se encontró con una de sus amigas, con la excusa de ir al tocador, se dirigió a la mesa donde se encontraban dos militares. Ellos le dijeron que lamentablemente, al noroeste de Pakistán, hacían falta médicos que atendieran a los soldados heridos; y debido a esto varios fallecían. Ella se conmovió y algo en su interior hizo que preguntara qué es lo que se necesitaba para enlistarse. Pensó que tal vez los militares no la tomarían en serio, pues cuantas mujeres con tacones, si bien de sólo cinco centímetros de alto que le permitían estar cómoda sin dejar de sentirse femenina, se acercaban a pedir informes. Sin embargo, ellos no hicieron ningún gesto de desagrado.

En seguida, su mamá le dijo “aun no entiendo por qué tú debes ir, por qué precisamente tú. Aquí tienes todo, estamos tu papá y yo. Y si no te sientes a gusto en el hospital, podemos buscar otra opción pero no te arriesgues de esa manera”. Rafaela sólo pudo decir que sentía que podía dar  mucho más, que las habilidades y conocimientos que uno tiene no son para guardarlos, son para compartirlos; al ir a la guerra ella sentiría que está dando lo mejor de sí y eso la llenaría. Mientras tanto, su padre permaneció callado, escuchando cada palabra. Al terminar, él se levantó de su asiento y fue a su cuarto. Su madre lo siguió.

Rafaela se dirigió a la sala y observó por un largo tiempo la fotografía que una noche anterior había recordado. En eso, sintió que sus padres entraron a la habitación, se le acercaron y se abrazaron. Pasaron así unos minutos, Rafaela le encantaba como la loción de su padre se mezclaba con el delicado perfume de su madre, los besó en la mejilla dejando marcado su labial rosa claro. Al separarse su padre preguntó “¿cuándo te irías?”, ella respondió “pronto”. 

4 comentarios:

  1. Bien planteado el personaje. Tiene verosimilitud.

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  2. Hola Maria Fernanda. Soy Gustavo, de Cali, Colombia. Actualmente soy profesor de un curso titulado DIDÁCTICA, ESCRITURA Y CREATIVIDAD, en la Universidad del Valle. Me interesa conocer el tipo de trabajo que haces con meta-ficción y el contexto que dio origen a este "perfil de Rafaela". Te envié una invitación para chatear por HANGOUT de Gmail. Espero que podamos compartir estrategias y materiales. De ante mano, gracias por tu atención.

    Desde Cali, GUSTAVO ADOLFO

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    1. Le agradezco mucho la atención, soy estudiante y fue un proyecto de una clase, y pues sólo fue eso. Muchas gracias por sus comentarios.

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  3. Hola Maria Fernanda. Soy Gustavo, de Cali, Colombia. Actualmente soy profesor de un curso titulado DIDÁCTICA, ESCRITURA Y CREATIVIDAD, en la Universidad del Valle. Me interesa conocer el tipo de trabajo que haces con meta-ficción y el contexto que dio origen a este "perfil de Rafaela". Te envié una invitación para chatear por HANGOUT de Gmail. Espero que podamos compartir estrategias y materiales. De ante mano, gracias por tu atención.

    Desde Cali, GUSTAVO ADOLFO

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